Por Manuel Vázquez
Historia de los cómics
Toutain, 1983
Transcurría la década de los sesenta. En Barcelona, donde a la sazón llevaba yo mis buenos once años de residencia y de martirio editorial, la industria del cómic y de los bolsilibros estaba prácticamente monopolizada por una editorial en la cual colaboraba (como casi todos los dibujantes de la época) y de cuyo nombre no quisiera acordarme jamás.
En aquellos tiempos cualquier dibujante podía trabajar en aquella santa casa, ya que su editor era un verdadero padre para todos nosotros. Padre putativo pero padre. Si bien no pagaba mucho, hay que reconocer que jamás quiso hacer valer su derecho de pernada y que sólo se conformaba humildemente con que le cediésemos todos los derechos; a cambio de esto, el dibujante tenía la satisfacción de ver sus trabajos publicados, dentro de las publicaciones de la misma editorial, no una sino múltiples veces. Pedir que, encima, se le hubiese pagado alguna cantidad cada vez, hubiese sido abusar de su buena fe, cosa por otra parte imposible, ya que de ello se cuidaba una especie de robot con forma casi humana, gerente de la editorial, y del cual sólo recuerdo un rasgo de humanidad: cuando se enteró de la muerte de Hitler, se le escapó una lágrima.
Por otra parte, hay que reconocer que a pesar de la escasa retribución por sus trabajos, los dibujantes lograban ir viviendo bastante bien y sin deudas, ya que las que ellos pudiesen tener me las atribuían a mí, con lo cual a lo largo de los años, consiguieron dos cosas: 1ª demostrar que ninguno era original y que todos se copiaban unos a otros; y 2ª, darme una fama internacional de moroso (homologada en New York, Hong-Kong y Badalona) que aún perdura hasta la fecha. Gracias muchachos, nunca os olvidaré.
Por aquellos tiempos, muy cercanos para mí, ya que gracias a mí mismo me mantengo con el mismo espíritu, humor y talento (de nada) que entonces, y debido a que tenía que cargar con las deudas de todos los demás compañeros, mi economía no era muy boyante (afortunadamente y gracias a la constancia y al trabajo, hoy en día, es mucho peor) por lo cual me veía obligado con cierta frecuencia, digamos 28 veces o así al mes, a pedir anticipos, a lo cual el robot-gerente se negaba con tesón digno de mejor causa, motivo por el cual había que recurrir a la astucia.
En una de esas ocasiones necesitando dinero para dárselo a una pobre prostituta (el corazón siempre me ha perdido) y habiendo agotado todos los pretextos imaginables, sólo se me ocurrió decir que necesitaba el dinero para ir al entierro de mi padre que acababa de fallecer en Madrid, ya que él vivía allí y no tenía porqué ir a morir a otro sitio. No pareció conmoverse mucho (lógico, ¿que es la muerte de un padre para el que tiene varios?) pero soltó la pasta. Todo hubiese sido perfecto si no hubiese sido porque a mi padre, quien no tenía noticias mías hacía tiempo, se le ocurrió poner una conferencia a la editorial preguntando por mí. El resto sólo pueden imaginárselo gentes de la capacidad mental de por ejemplo, Hemingway o Lovecraft. Fue sonado, palabra, y constituyó uno de los puntales más sólidos de mi leyenda; con el tiempo, la historia se fue adulterando y deformándose hasta tal punto que actualmente se susurra por ahí que fui yo quien mató a mi padre para lograr aquel anticipo. Pero les juro que soy inocente. Como ya lo dejó bien claro mi abogado.
martes, 20 de enero de 2009
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